domingo, 14 de junio de 2020

Crónicas de una pandemia- 7 de mayo 2020.


Querido Diario:

Mucho tiempo sin escribirte. Demasiado, mas yo sé que tú siempre me comprendes.
El año pasado se me complicó un poco la pensadora, todo por culpa del cambio del doctor de la mente. Yo, obediente, me tomaba la pastilla que él me dijo, lo juro, pero igual los enanos se me fueron toditos para el bosque, se me rayó el CD mal, y aluciné. Pésimamente, el dúo Pimpinela se apoderó de mí, di vueltas la cabeza en redondo a lo Linda Blair, y tuve más pena que Marco buscando a su mamá.

Pero como siempre, y como dice la recomendación: dejar atrás lo bajo. Siempre, siempre: terraza-terraza-terraza! Nunca sótano. Y seguí adelante, me despercudí y disfruté otra vez de los placeres de la vida. La etapa Oshin, pensé yo, había quedado atrás. Le di rienda suelta a mi innegable encanto y pasión por la life, sin saber yo lo que vendría después. Al menos quedé con lindos recuerdos que atesoro como parte de una vida anterior.

Porque la vida ya no es ni será la misma para nadie, en ninguna parte.

Para resumirte, querido Diario, se dice que un chino se comió un murciélago que tenía un bicho maligno en su interioridad, el bicho lo enfermó y lo  mató, pero antes de partir de este mundo, el chino  se lo contagió a toda la cuadra, de ahí a la ciudad entera, al país,  a los países vecinos, y luego a todo lo que te es el mundo mundial.
Todo por comerse una alimaña. Una cosa peluda, chica e insignificante. Pero bueno, el que esté libre de pecado… Porque ¿quién no se ha comido una alimaña alguna vez? ¿Será que el pobre chino en un oriental delirio pensó que tragándose aquel  murciélago se le iba a convertir en princesa, que aunque peluda estaría dispuesta a amarle?

Resulta, querido Diario, que ahora el modo Oshin, lleno de tragedias, penurias e incertidumbre, nos consume a todos, y nos mantiene encerrados para no contagiarnos. La saliva se ha convertido en un peligro total, una lacra radioactiva invisible, que se esparce enfermando y matando.
Se acabaron para siempre muchas cosas. El "deja la cola" tradicional, nunca más. Ni el "dame una probadita" chupete-helado, ni la compartida del traguito trasnochado. Ya nunca más.

Nunca más el beso cuneteado, chao forever  jugar a la botella, a la chevé- chevé, a la pieza oscura.
Desde mi reclusión medieval me despido, querido Diario. Y aunque cada tanto aún me asomo a mi balcón y extiendo mis imaginarias trenzas para ver si sube algún príncipe desinfectado y con flamante carnet Cobid al día en ristre, los días pasan sin sobresaltos, salvo por las deudas que crecen, las dudas que nos persiguen, y una creciente número de enfermos que cada día rogamos, no sea uno de los nuestros.

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