Ante los primeros bombazos, el
hijo de la nana se cagó en los pantalones.
Me subí a la artesa que ahora se
llama lavadero para ver mejor el humo que a lo lejos salía de la Moneda. Los
aviones pasaban y el ruido y los balazos y mi mamá que llega de su escuela
gritando que al suelo, que los posters de Fidel, los libros y los discos del
Quila a una hoguera en el patio, y rápido que están allanando.
Vendrán días en que no podremos
salir, en que mientras afuera en la población de pacos jubilados algunos
celebran, el miedo se instalaría para siempre, enquistándose. A cortarse el
pelo niños, a marchar cada lunes, cada septiembre, cada inauguración de plazas,
entregas de llaves de casitas, izando la bandera una y otra vez . Y mis
compañeros que vienen del Mapocho diciendo que había muertos flotando...