El terremoto es un
cóctel muy chileno. Helado de piña, vino pipeño, granadina. Una réplica es lo que le sigue y te tumba al
suelo y te recuerda impune tu debilidad, la precaria ingesta de realidades no
terminadas, efímeras e implacables como el mal aliento.
Una noche post
terremoto nos deja a veces una réplica que es mucho más que la resaca.
Santiago, 16 de
septiembre de 2015. Noche profunda de miércoles después de un terremoto grado 8
en un país borde lleno de mentiras.
Pero partimos al
dancing. Porque sí. Porque no nos morimos, porque feis nos dice que nuestros
amigos están bien después del terremoto, y si se murieron no se van a enterar
de nuestra insensibilidad social, de nuestra marea ansiosa de potrillo post 40.
Pero podrían perfectamente suponerlo.
El dancing estuvo
lindo. Sólo que al salir, buscando en mi celular la dirección para una última
réplica sucia y drogona conocida como
after hour, una mano extemporánea, ajena a todo recuerdo (es mi primera vez),
me arrebata mi celular corriendo y haciendo el atado flaite del "AEEEN
SHIQUEPA!!!", traducida: A VEEER, QUÉ PASA! (flaite= tipo marginal de
pandilla y delincuente, puede llegar a ser peligroso si es drogadicto).
Salta como gato, como
leopardo, como Nureyev, como gacela, bólido, un destello que me arrebata mi
celular.
YO QUEDO PARALELO,
IMPÁVIDO Y EMPRÓSTICO, y lo veo alejarse, más rápido que Usain Bolt.
Pero para mi total
sorpresa, detrás del negro Usain chilensis (porque todos los flaites son
negros, o sea, morenos con callana, y jockey al revés, como ése), veo a mi
amigo brother de esa y otras noches de dancing, transformado en super-héroe,
corriendo casi pegado al mal hombre, alcanzándolo casi.
Yo corro, grito; no por
mi celular, que estaba lento de tanto porno e invitaciones a jugar Candy Crush
Saga, y tanto mensaje del bipolar y pelacables wasap familiar; y fotos varias y
de toda índole (incluyendo las que saldrán mañana en GQ ...EEELLA LA MEDIÁTICA!).
No, no es por mi
celular apático que grito, es porque cuando veo a mi trasnochado super-héroe particular
casi alcanzando al facineroso- excluido social que porta mi vital aparato en su
mano (siempre derecha, porque éstos le hacen la mitad de la pega a la derecha),
veo a otro símil de Daddy Yankee que salta detrás del etílico héroe de noche
profunda , asciende como en cámara lenta y lo azota contra el suelo al patearlo
en la espalda, entre sus omóplatos que hace rato sueñan con un gimnasio. Yo
grito, agudo como contratenor-eunuco-pícnico, mientras mi bro cae lo que es de
hocico, guata, manos, pelvis al suelo. Hasta polvo sale alrededor.
Los excluidos segunda
generación se pierden, con mi intimidad como trofeo. Mi amigo querido se para,
se acerca. y ...huele. Más bien hiede.
Porque la vida se
ensaña a veces, y además de tener el orgullo magullado, su pantalón jeans
índigo recién salido de la tienda por departamentos rezuma mierda de perro,
desde la rodilla hacia abajo. Hiede como la envidia, como la codicia, como los
celos y el abandono. Y no sólo a mierda huele el super-héroe. Más arriba,
subiendo por el muslo, un reguero de vómito blanco grumoso termina de grabar una noche en que habíamos sido libres de polvo, paja y réplicas del reciente
terremoto.
Caminamos. Le lavo su
pantalón con agua mineral. Le raspo la mierda con un plato de cartón. Se limpia
la mano cagada con mi pañuelo de seda que alguna vez pudo haber sido carísimo
(el second hand lo iguala todo).
Botamos el pañuelo.
Tomamos el taxi a un
lugar que existe pero no encontramos a tiempo como para recuperarnos. Tomamos
el segundo para ir a casa.
Starsky cagado se baja
del taxi, mientras el paralizado Hutch, o sea yo, prosigue a su seguridad, a
su conectado refugio con vista al cerro Santa Lucía.
Nada más. Yo- Hutch se
desconecta pensando en ese tiempo hermoso de las contestadoras telefónicas
automáticas con código, cuando llamaba 15 veces casi seguidas a su propio teléfono
para ver si estaba el esperado mensaje. Que usualmente no estaba. Cuando la
instantaneidad de las conversas, más las aplicaciones varias, aún no gobernaban
cada paso de nuestros días. Cuando por teléfono fijo se podían hacer
terapéuticas conversaciones de una hora y media.
"Yo era feliz
contigo, vida mía... tú eras principio y fin, de mi alegría..."
PS: porfa, manden sus
números por interno.
Porque como dice Chiky Bombon la pantera: Cuando toca, toca.